Vivir sin miedo

Metidos en primavera y avanzando hacia el verano. 

En el ambiente se percibe algo más de optimismo con respecto al problema que nos ha quitado el sueño y muchas cosas más.

Gracias a la vacunación, poco a poco, vamos siendo más resistentes al virus y en el ánimo de casi todos, el miedo y la desesperanza van dando paso a la ilusión.

Con cierto grado de objetividad, albergamos la esperanza de que todo vuelva a ser como fue o, al menos, muy parecido.

Este gran revolcón nos ha hecho tomar conciencia de nuestra vulnerabilidad, cuando nos creíamos que vivir en el primer mundo nos exoneraba de padecer las calamidades del tercer mundo.

Creo que no nos ha hecho mejores. Hemos añadido una mascarilla a un globo terráqueo, ya de por si, malherido, al que Mafalda, entrañable personaje del genial  Quino, se ha encargado durante tantos años de ponerle tiritas y vendajes, pero aún así, las heridas siguen supurando de la misma forma que lo hacían antes.

El mundo seguirá siendo mundo, con sus pros y con sus contras, y aunque no le podamos quitar las vendas y las tiritas, se atisba más cercana la posibilidad de quitarle la mascarilla.

La ciencia le ha ido torciendo el brazo al dichoso bichito y aunque todavía se revuelve, no se puede bajar la guardia, no podemos evitar darle algún capricho a nuestro ánimo, que durante más de un año ha estado a pan y agua.

Lo sencillo y lo cotidiano se había desfigurado de tal manera que nos emocionamos ante la imagen de abuelos besando y abrazando a sus nietos, otros viéndolos por primera vez, hasta ahora no había sido posible ponerle cara al nuevo miembro de la familia.

No poder movernos más allá de nuestra provincia, incluso no poder salir de un municipio o distrito municipal, no reunirnos en casa con familia o amigos, lo hemos asumido como la parte incomoda, aunque no la más dura, esa se libraba y se sigue librando en las UCI de los hospitales, pero si necesaria para contener la furia del virus.

Detrás de la ciencia y de los avances científicos hay muchas personas, la mayoría anónimas y muchas horas de dedicación. 

Desde el primer momento que estalló la pandemia tuve claro que la solución vendría de la mano de la ciencia y la investigación.

Al igual que todos sentimos agradecimiento por el gran esfuerzo del personal sanitario de toda categoría y condición, también debemos estar agradecidos a todos aquellos que entre tubos de ensayo y probetas, haciendo malabares con presupuestos de saldo, son esenciales para ganar la batalla a seres microscópicos.

No se trata de echar las campanas al vuelo, pero quién no siente, como un adolescente enamorado, mariposas en el estómago al pensar en la posibilidad de volver a vivir sin miedo.

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