Trabajar para vivir
Dicen que los niños vienen con un pan debajo del brazo. Aun suponiendo que fuera así en todos los casos, es más cierto que ese supuesto pan no es lo suficientemente abundante como para mantener a la familia y al niño durante toda la vida. De ahí que utilicemos esta otra frase, tan conocida como la anterior: ganarás el pan con el sudor de tu frente.
Salvo para aquellos que nadan en la abundancia o los que reducen sus necesidades materiales a lo justo o menos, la mayoría de las personas necesitamos trabajar para vivir.
Qué significa para cada uno de nosotros el trabajo, cómo lo encaramos o a qué aspiramos, serían algunas de las muchas preguntas que podríamos plantear acerca de esta cuestión, con muy diversas respuestas, a su vez.
El trabajo es el eje vertebrador del que se derivan aspectos tan importantes en la vida como el bienestar material, el emocional, las relaciones familiares, la economía doméstica o el tiempo libre.
Con independencia de la mayor o menor remuneración económica que se perciba, la actividad laboral ejercita nuestra mente, nos obliga a asumir responsabilidades, a tratar con clientes, con jefes, con subordinados o compañeros de trabajo.
Se suelen producir altibajos, la alegría de un logro, la decepción por no conseguir un objetivo, rachas mejores o peores que vienen y que van.
Sin embargo, hay muchas situaciones que, desgraciadamente, no tienen carácter transitorio, perduran en el tiempo, en las que el trabajo anda de por medio y por las que alguien o su entorno pueden sentirse mal.
En algunos casos puede ser uno mismo el causante de ese gran malestar y en otros casos ser víctima de otros.
Generalmente, cuando algo así está pasando, suele haber un denominador común, falta de humanidad.
Hay quien se olvida que no solo de pan vive el hombre, también el alma necesita sustento que suele tomar de las sensaciones positivas que se generan al compartir tiempo con la familia, con los amigos, al leer un libro, ver una película o, simplemente, relajándose en el sofá de casa viendo llover por la ventana.
Para eso se necesita tiempo y tenemos que saber que tan importante es no desatender las obligaciones laborales como dejarle su espacio a lo lúdico.
Hay una serie de patrones de comportamiento que se repiten en el mundo laboral, da igual que se trate de una empresa de ámbito local, nacional, multinacional o unipersonal.
He aquí algunos ejemplos.
Hay quien solo sabe trabajar, solo sabe hablar de trabajo y esta es su excusa perfecta para desentenderse de si mismo y de los problemas de sus seres queridos.
Otro caso es el de los que dirigen un equipo y sin tener en cuenta que las personas que lo forman tienen vida más allá de la jornada laboral, les aprietan con prisas, urgencias caprichosas y la temida frase “lo quiero para ya”.
Aunque podría seguir describiendo más prototipos de conducta, el tema daría para un tratado, quiero terminar con una llamada de atención para aquellos que, sin darse cuenta o por no saber decir que no, se van cargando de obligaciones hasta que se ven sobrepasados y no saben cómo salir del atolladero.
Hagamos del trabajo una actividad en la que podamos crecer y dejar crecer.
Trabajar para vivir y no vivir para trabajar.