Tiempo de rebajas

No deja de sorprenderme como nos crecemos ante la adversidad.

Lo digo porque algo tan habitual como son las rebajas que, tanto las pequeñas tiendas como los grandes almacenes, ponen en marcha una vez terminadas las fiestas navideñas y en el verano, surgen a partir de unos cambios a los que el comercio minorista en EE.UU se vio avocado como consecuencia del famoso crack del año 1929.

Renovarse o morir. 

Y, para no morir, las empresas dedicadas al comercio al por menor decidieron unirse, creando un grupo empresarial que les haría más fuertes para luchar contra el derrumbe del consumo, que la “Gran Depresión” trajo consigo.

Nace una estrategia, que también ha llegado hasta nuestros días, que es la compra a plazos, una forma de hacer más accesible la adquisición de ciertos productos y, por tanto, llegar a más clientes.

En esa búsqueda de optimizar resultados, se dan cuenta que resulta más caro almacenar el stock que venderlo a un precio más bajo, a final de temporada, alumbrando las archiconocidas y esperadísimas “rebajas”.

Aunque el mundo, en aquella época no estaba tan globalizado como ahora, aquellas políticas comerciales traspasaron fronteras y en España, a partir de los difíciles años 40, los fundadores de los grandes almacenes, Galerías Preciados y El Corte Inglés, también las implantaron.

De ahí que ahora estemos en tiempo de rebajas.

Dependiendo del uso que hagamos de ellas, estaremos ante la posibilidad de adquirir a buen precio cosas que nos hacen falta o que nos pueden ser muy útiles y, por tanto, le haremos un favor a nuestra economía, por haber sabido esperar para comprarlas a un precio más bajo.

Habremos practicado el sano ejercicio del ahorro.

Entre ahorro y ahorro, a lo mejor, ha caído un capricho o algo que nos ha deslumbrado y nos ha hecho caer en la compulsividad.

No hay que flagelarse por ello, pero sí que debemos someter esa compra a un examen en frío, es decir, no le quitamos las etiquetas, guardamos el ticket de compra y al día siguiente o varios días después lo examinamos, de nuevo, para cerciorarnos de que nos hace la misma ilusión que cuando lo vimos en la tienda y que sigue manteniendo todo el encanto que nos produjo. 

Si es así, adelante, le cortamos la etiqueta, en caso contrario haremos uso de otra estrategia comercial: la socorrida “devolución”.

Creo que las rebajas son un buena ocasión para poner en marcha un “plan renove” en la cocina y sustituir piezas como sartenes, ollas, cacerolas y otro tipo de utensilios que están deteriorados, por otros nuevos. 

Dicho plan lo podemos hacer extensivo a la ropa de casa y también en el caso de electrodomésticos o aparatos que empiezan a dar muestras de la llamada obsolescencia programada o que se han quedado muy atrás en tecnología.

Para hacernos con prendas atemporales, de calidad, que a su precio eran imposibles, pero con un buen descuento pierden esa consideración.

No deberían ser el motivo para convertir nuestra casa en una especie de camarote de los hermanos Marx con la excusa de que todo aquello estaba muy rebajado.

Felices rebajas.

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