Servicio doméstico
Orden, organización y limpieza, tres pilares básicos para que un espacio, realmente, funcione.
Mediante la organización creamos un sistema que nos permite lograr un objetivo.
El orden es la plasmación de ese sistema creado por nosotros para que nuestro objetivo se cumpla.
La organización se siente y el orden se ve.
Un espacio organizado y ordenado nos hará la vida más fácil, optimizará nuestro tiempo y, con toda seguridad, contribuirá a mejorar nuestra autoestima.
El tercer pilar, la limpieza, nos permitirá alcanzar, plenamente, todos esos beneficios y algunos más como seguridad y salubridad.
Hay quien considera que limpiar es algo no esencial y lo hacen de tarde en tarde o apuran hasta que se llega a una situación límite.
A otros muchos no nos hace falta que llegue una pandemia para demostrar la necesidad de que nuestros espacios sean salubres y, por tanto, seguros a través de la limpieza.
¿Qué tiene de malo la limpieza? Sólo una cosa.
Que hay que hacerla.
Las tareas domésticas suelen requerir agilidad y esfuerzo físico: agacharse, frotar, subirse a una escalera…
Aunque hay personas a las que les gusta y les entretiene realizarlas, en general, tienen poco atractivo, pero son necesarias y sus resultados muy gratificantes.
En función de una serie de factores como pueden ser trabajar fuera de casa y no disponer de tiempo para limpiar la casa, no estar en condiciones físicas adecuadas para hacer esas labores o simplemente no querer realizarlas pero si querer vivir en una casa limpia, hay quien decide contratar a alguien para que lo haga.
Un gran número, fundamentalmente, de mujeres se dedican al servicio doméstico.
Para empezar diré que se trata de un trabajo muy digno y que, en absoluto, se debe considerar prescindible o de segunda categoría.
Para apreciarlo debemos tener en cuenta su dureza física y los beneficios que aporta en una casa y a sus moradores.
A la hora de contratar personal doméstico es importante tener en cuenta una serie de premisas para que esa relación, en principio laboral, funcione correctamente, digo en principio, porque, en muchas ocasiones, se crea un vínculo afectivo con la persona que trabaja en casa que la convierte en un miembro más de la familia.
Para empezar, debemos tener claro para qué la contratamos. En algunos casos queremos que se haga cargo de la limpieza, en otros casos lo prioritario es el cuidado de los niños o de personas mayores.
Por lo tanto, tengamos claro cual es nuestro objetivo para poder transmitírselo. Definir bien las tareas a realizar y la prioridades.
En este punto quiero reparar en algo que me parece muy importante.
Recuerdo una frase de mi madre, que a su vez ella recordaba en boca de la suya, es decir, de mi abuela: “para saber mandar hay que saber hacerlo”.
Si nosotros no tenemos ni idea de cómo se limpia una casa o cuánto tiempo lleva realizar cada tarea, difícilmente seremos capaces de organizar el trabajo de nuestra asistenta.
En más de una ocasión he oído a alguien quejarse del trabajo de la empleada doméstica.
Y, resulta que lo que esa persona pretende es que en tres horas, un solo día a la semana la casa se limpie a fondo y la ropa de toda la familia quede lavada y planchada. El resultado es que ni la casa esta bien limpia y la ropa en vez de planchada, está estirada y dando gracias.
No es que sea una chapucera es que le estamos pidiendo que nos baje la luna.
Cada cosa lleva su tiempo, si queremos una buena limpieza en el hogar y que la ropa esté cuidada y bien planchada hay que dárselo.
En cuanto a la relación, a nivel personal, que vamos a mantener con nuestra empleada tiene que estar basada, siempre, en el respeto.
Al igual que nosotros le vamos a exigir que nos lo tenga, también se lo tendremos a ella.
Si hay algo que no se está haciendo bien o no de la manera que a nosotros nos gusta, siempre, se puede decir de forma didáctica y nunca hiriente.
Creo que estas son las claves para que cuando buscamos una ayuda externa para las tareas del hogar, el resultado sea óptimo en todos los sentidos.
