Queridos Reyes Magos
Queridos Reyes Magos: este año me he portado bien…
De esta manera suele comenzar la carta, que con más ilusión, uno escribe de niño.
La llegada de SS.MM. supone el final de una serie de celebraciones que a unos gustan más, a otros menos, pero ésta es, por excelencia, la fiesta de los niños y, los mayores, al ver en sus caras ese popurrí de ilusión, fascinación, anhelo, revivimos esas mismas emociones que, igualmente, nos invadían cuando éramos pequeños.
Esa inocencia, que nos caracteriza de niños, es la clave para que la magia se revele ante nosotros.
Nunca olvidaré, como creo que casi nadie lo hará, esa sensación indescriptible cuando la mañana del día 6 de Enero podía comprobar que, esos señores tan buenos y eficientes, habían pasado por casa, sin hacer ruido, y me habían dejado lo que les había pedido y si algo no era exactamente lo que yo les indicaba en mi carta dejaban una nota aclaratoria.
También recuerdo los nervios del día anterior porque una de las condiciones para recibir la visita de los Reyes Magos era haberme portado bien a lo largo del año. Y, sobre ese aspecto me asaltaban las dudas.
No es que fuera mala, pero sí algo inquieta y algo protestona. Obedecía, pero si no estaba muy convencida argumentaba en contra.
El día 5 de Enero era jornada de reflexión. Esperaba haber sido lo suficientemente buena para que me trajeran lo que había pedido, pero en algunos momentos temía que pasaran de largo o me trajeran carbón.
Desde el momento de escribir la carta hasta el día D vivía en una burbuja de magia y su recuerdo me envuelve en ella, otra vez.
Este año, a pesar de la pandemia, ellos, con toda seguridad, volverán. No hay virus que pueda afectarles, para eso son magos.
Aunque queda muy poquito para que hagan acto de presencia me gustaría que revisarais vuestras cartas porque estamos a tiempo de evitar que papá o el abuelo sumen a su abultado repertorio de calcetines, corbatas, pañuelos o pijamas otro ejemplar más. O que mamá o la abuela añadan una bata o un perfume más a la colección.
A la hora de regalar indaguemos un poco más en las ilusiones de los demás. No se trata de regalar por regalar, simplemente, para salir del trance. Evitemos los trastos, es decir, todo aquello que, con independencia de su tamaño, no tiene ninguna utilidad material o emocional para quien lo recibe.
Hay regalos que no ocupan espacio como unas entradas para un espectáculo, una experiencia gourmet, un tratamiento estético, una sesión con un organizador profesional o con un estilista de moda.
Cuando un regalo alcanza la categoría de trasto puede acabar olvidado en cualquier armario, rincón de la casa o incluso en el cubo de la basura, pero hay un tipo de regalo muy delicado, con el que no podemos permitir que ocurra algo así. Me refiero a las mascotas.
No pongamos a nadie que no lo desee o no esté dispuesto a asumir la responsabilidad y las obligaciones que conlleva convivir con un animal, en ese compromiso.
Este año, en mi carta a los magos de Oriente, les pido mucha salud y mucho carbón para el bichito, ese sí que se lo merece.