Mercadillo Navideño
Se aproximan, esas que llamamos entrañables fechas, como cada año, toda la maquinaria que las pone en marcha empieza a funcionar.
Las televisiones se llenan de anuncios de juguetes, de perfumes, de jamones, es decir, de todo aquello susceptible de ser regalado o de ser comido o bebido.
En cada sitio, en cada momento Mariah Carey te recuerda que “All I want for Christmas is you”.
Alegre canción con un bonito mensaje de amor pero que, inevitablemente, cuando durante más de un mes la has escuchado a todas horas pierde algo de encanto.
Otra de las piezas que forma parte del puzzle de la Navidad son los mercadillos.
Algunos dan comienzo a finales del mes de noviembre, en otros casos, se hace coincidir su inicio con el solsticio de invierno, 13 de diciembre, día de Santa Lucía.
Siglo XV, ciudad alemana de Dresde, hasta ahí nos tendríamos que remontar para hablar del origen documentado de estos mercados navideños, con permiso de otras ciudades del mismo país que reclaman esta primicia.
Artesanía y gastronomía típica del lugar y del momento regada con bebida caliente era la oferta en todos ellos.
Se fueron extendiendo por toda Europa y también cruzaron el charco. Lo cual demuestra que lo de la globalización no es un invento moderno sino que, aunque con menos medios, todo acababa llegando a todas partes.
En el corazón de Madrid, ese Madrid de los Austrias, que cobra un indudable protagonismo durante la navidad, la Plaza Mayor es el enclave que aglutinó los puestos que siglos atrás, se repartían por sus alrededores en los que se vendían desde productos comestibles a elementos de decoración
Lugar de referencia para los que año a año hacen crecer su belén, para los que el espumillón, el gorro de cucurucho y el matasuegras son imprescindibles en estas fechas o para los que les gusta gastar las bromas, sin maldad, de toda la vida el Día de los Santos Inocentes.
El espíritu solidario tiene hueco en estos mercadillos, de hecho, este es el origen y razón de ser de muchos de ellos.
De forma altruista muchas personas colaboran de diferentes maneras para que la solidaridad de algunos sea la magia de la Navidad para otros.
Cuando tienen este carácter benéfico se les suele llamar rastrillos.
No debemos dejar pasar ocasiones como estas para hacer nuestra aportación particular.
Lo que hace tiempo compramos por si acaso y no ha tenido su momento, lo que ya lo tuvo pero ahora no lo queremos, lo que nos está grande, lo que nos está pequeño, lo que como diría Marie Kondo ya no nos hace felices… transformémoslo en alegría para otros.