Lola y Kika

En muchas ocasiones he estado tentada por la idea de contar la historia de Lola y Kika. 

Quizá hoy sea un buen momento para sucumbir, porque, aunque siempre las llevo en mi cabeza y en mi corazón, hay fechas en las que, inevitablemente, se agolpan los recuerdos con más intensidad. Un día como hoy, hace tres años Lola nos dejó. Ocho meses después Kika también lo hizo. 

Antes de empezar con su historia debo aclarar para los que no me conozcáis que Lola y Kika son las perras que podéis ver en la foto, con las que hemos compartido, en el caso de Lola, catorce años y medio de nuestras vidas y trece y medio en el caso de Kika. 

Años maravillosos porque siempre nos han hecho disfrutar, han sacado lo mejor de nosotros, nos han hecho sonreír con sus ocurrencias, incluso nos han  “obligado” a  hacer amigos. Lo mismo que, ahora, nos ocurre con Tana y Chloe. 

Cómo y por qué llego Lola a casa es un ejemplo de esas carambolas de la vida, que hacen que  unas circunstancias adversas para ella coincidieran con una mala experiencia que tuvimos nosotros, que se crucen los caminos y que comience una bonita historia.

En casa habíamos tomado la decisión de adoptar un perro. Fuimos a una protectora y vinimos con un perro, al que llamamos Lolo.

Una semana después nos llamaron de la protectora para recuperarlo porque habían aparecido sus dueños. La única condición que pusimos para devolverlo era que su familia lo recogiera en nuestra casa porque no queríamos que volviera a pasar por la protectora. Así se hizo. Nos quedó la satisfacción de que Casper, ese era su nombre, volviera con los suyos, pero también nos quedamos tristes y, por el momento, sin ánimo para retomar una adopción.

Unas dos semanas después, recuerdo que era lunes, a última hora de la tarde, me llamaron de la clínica veterinaria para decirme que  una persona les había llevado una cachorrita que había encontrado en la calle mientras  unos niños jugaban con ella como si se tratara de una pelota. 

Era una bolita de unos veinte días, a la que una señora, que en ese momento estaba en la clínica, a la que yo había contado la experiencia con  Lolo, sin pensarlo dos veces, nos dijo que le pusiéramos de nombre Lola.

Nunca supimos que circunstancias rodearon su abandono, lo que sí es cierto, es que Lola necesitó tiempo y mucho cariño para olvidar sus miedos.

Kika llegó dos años después. Su caso es el de tantos perros que llegan a una  casa por Navidad y según van pasando los días se dan cuenta que el juguete tiene vida, necesita educación y cuidados. En este caso eran vecinos, una mamá con su hijo, desbordados con el regalo que había traído Papá Noel.

Les ofrecí la posibilidad de que se viniera a casa y no lo dudaron. Desde ese momento fuimos como la película: “la familia y uno más”.

Lola tuvo ocasión de demostrar toda su nobleza y generosidad con la recién llegada y Kika que, a pesar de su tamaño pequeño, era todo carácter y personalidad, nos hizo ver, cuando faltó Lola, cuánto la necesitaba y cómo la echaba de menos.

De la historia de Lola y Kika quisiera resaltar dos aspectos.

Por un lado, saber que, en muchas ocasiones, las situaciones adversas se dan la vuelta y se acaban convirtiendo en oportunidades. Aunque el momento sea duro, el tiempo nos demostrará si del mal trago salió algo bueno. 

Por otro lado, el sentimiento de hermandad que había entre ellas sirve para valorar lo importante que es en nuestras vidas contar con alguien en quien apoyarnos.

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