La Fiesta de la Música

Coincidiendo con el solsticio de verano, el 21 de junio, se celebra la “Fiesta de la Música”.

Para hablar de su origen nos tenemos que remontar al año 1976 en el que el músico de origen estadounidense, Joel Cohen, pone en marcha su proyecto los “Saturnales de la Musique”, desde la emisora Radio France para la que trabajaba, que consistía en celebrar conciertos las dos noches más emblemáticas por su duración, la más corta y la más larga del año.

Esta iniciativa se institucionaliza el 21 de junio de  1982, de la mano del que en ese momento era ministro de cultura en Francia, que invita a músicos aficionados y profesionales a llenar las calles de música para que, de forma gratuita, todos los ciudadanos pudieran disfrutar del espectáculo.

El fenómeno francés traspasó fronteras dando lugar a que en 1985 la Unión Europea instituyera la “Fiesta de la Música” ligándola a la celebración del solsticio de verano.

Con lo difícil que es ponernos de acuerdo a todos, seguramente la música, en general, sin entrar en estilos, sí que lo haría.

Si queremos poner en marcha la máquina de los recuerdos, no hay más que hacer una playlist con las canciones que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida o de una determinada época de ella y de forma simultánea a la melodía empiezan a brotar imágenes, sensaciones, sentimientos…

Es tal el poder evocador de la música que en pacientes  en estadios muy avanzados de Alzheimer la memoria musical se halla intacta y es uno de los pocos estímulos a los que responden.

El ritmo musical es un instrumento más de ayuda en la rehabilitación de personas que padecen Parkinson o han visto su capacidad motora afectada por un ictus, facilitando la coordinación de los movimientos necesarios al andar.

Se ha comprobado que personas a las que la afasia les ha arrebatado la capacidad para hablar pueden reproducir una canción sin mayor problema o que el ambiente musical ensancha el canal de comunicación con niños autistas.

En nuestro día a día la música nos acompaña, nos hace más productivos o puede actuar como un relajante para conciliar el sueño.

Y es que venimos al mundo con el sentido del ritmo ya desarrollado después de unos cuantos meses acoplados a los latidos del corazón materno.

De ahí que la mayoría de nosotros no entendamos la  vida sin música.

Pero sin músicos no habría música. Son ellos los artífices de todos esos beneficios y más que he descrito antes.

Muchos de ellos son conocidos y reconocidos a distintos niveles. Otros, desde el anonimato, ponen su talento creativo al servicio de los afamados intérpretes y otros que, solos o agrupados en pequeñas orquestas, llevan la música, de ahora y de siempre, al último y modesto rincón en el que no se pueden permitir que una estrella les visite.

A todos gracias.

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