Hace un año
Hace un año nos llegaban noticias preocupantes sobre lo que estaba ocurriendo a miles de kilómetros de nuestro país y, aunque, empezábamos a temer que pudiera llegar, creo que todavía no éramos conscientes de la dimensión de lo que estaba por venir.
Aún, a día de hoy, con lo que llevamos pasado, hay momentos en los que uno se pregunta si todo esto está sucediendo de verdad o es una pesadilla interminable.
Rápidamente la realidad se encarga por diferentes vías de hacernos saber que no se trata de un mal sueño.
Porque hasta nuestro lenguaje ha cambiado, se ha llenado de palabras o expresiones que raramente o con muy poca frecuencia utilizábamos y, sin embargo, ahora las usamos continuamente: pandemia, contagio, vacuna, mascarilla, confinamiento, cuarentena, distancia social, restricciones, cierre perimetral, toque de queda, quédate en casa…
En el caso de “mascarilla” no es que estemos exprimiendo la palabra es que tenemos un master: higiénica, quirúrgica, FFP2, FFP3 y a saber en qué número terminamos.
Empezábamos el año con la ilusión y la esperanza en la palabra “vacuna”, que, por fin, se convertía en una realidad.
Alegría algo emborronada por la aparición de otra palabra “mutación”, que ya hemos incorporado al lenguaje coloquial.
A pesar de todo, sigo pensando que de esto vamos a salir, aunque creo que, casi todos, somos conscientes que tendrá que pasar más tiempo para que de nuestras conversaciones desaparezcan todos esos vocablos y volvamos a utilizar palabras o expresiones más amables como: estar cerca, reunirnos, besos, abrazos…
El hecho de pensar que la pandemia, como tal, llegará a su fin, y que, de una forma u otra, la ciencia acabará domesticando al virus para que no nos devore, no quiere decir que quiera pasar de puntillas sobre el rastro que deja.
En el terreno emocional el daño es muy grande.
No debemos olvidar que tras la frialdad de las cifras, en cuanto a personas fallecidas o enfermos graves, hay mucho sufrimiento.
En general, aunque no hayamos pasado por esa experiencia tan dura, todos acusamos un cierto nivel de agotamiento por el hecho de tener que llevar una vida que le pone tantas trabas a lo afectivo.
De momento, no nos queda más remedio que seguir estirando nuestra capacidad para aceptar las cosas como vienen y envolvernos el alma con gasa y esparadrapo hasta que llegue el momento en el que las heridas puedan cicatrizar al aire.