Examen final
Empezamos el mes de junio, sinónimo de verano, para muchos comienzo de vacaciones, no sin antes, haber hecho el esfuerzo final para culminar el curso académico y, de esa manera, poder disfrutar del deseado descanso estival.
Podríamos compararlo con una carrera de fondo en la que, si las distintas etapas del año lectivo se han cubierto con soltura, el sprint final será lo más parecido a un camino de rosas.
Mientras que si durante el curso la actitud ha sido renqueante, aplicando la ley del mínimo esfuerzo o aún menos, alcanzar la meta será una incógnita cargada de remordimientos porque entre llegar, aunque sea raspando, y no llegar estará la diferencia entre unas vacaciones de piscina y juegos o entre libros y apuntes, a cara de perro con papá y mamá.
Son muchos los factores que hacen que un niño o un adolescente opte o no por cumplir con su obligación y saque sus estudios con mayor o menor dificultad, porque siempre hay asignaturas en las que uno se desenvuelve con más soltura y otras en las que, aun poniendo tesón y ganas, los resultados no lo reflejan.
Yo creo que en todas las aulas se dan unos prototipos.
Los primeros de la clase, grupo formado por los que o bien son muy estudiosos o son más listos que el hambre y absorben con mucha facilidad la información recibida.
El nivel intermedio dentro del cual podríamos hacer dos divisiones. Aquellos que sin llegar a ser unos pitagorines como los del primer grupo sacan, en general, buenas notas excepto en alguna asignatura que se les da peor. Otros que van capeando el temporal como pueden y entre un bien y un suficiente van tirando.
Por último, el grupo en el que están los que por unas razones u otras los resultados no son, precisamente, motivo de alegría, ni para ellos, ni para sus padres o tutores, ni para el profesorado.
Desde marzo del año pasado hemos vivido una situación muy atípica que nos ha afectado hasta en las cuestiones más básicas de nuestro día a día.
Hasta entonces los estudiantes tenían un horario lectivo que cumplían en su escuela, instituto o aula de universidad y, después completaban la actividad en casa, haciendo los deberes o hincando los codos para un examen.
Esto quiere decir que, en casa, siempre ha tenido que haber una zona destinada al estudio.
Esa zona, durante la pandemia ha cobrado un protagonismo, que nunca hubiera querido.
Al tener que dar paso, de forma abrupta, la enseñanza presencial a la enseñanza virtual, el espacio destinado al estudio en casa se convirtió, de la noche a la mañana, en el nuevo aula.
Aunque, es de esperar, que el próximo curso se desarrolle de una forma más parecida a como siempre fue, no hay que descuidar ciertos detalles para que en la zona de estudio de casa, siempre, con pandemia o sin ella, se den las condiciones que favorezcan dicha actividad.
Mi alma de organizadora profesional, como no, va a apelar al sentido del orden como un buen aliado para crear un espacio de estudio ideal, que incentive el aprendizaje.
Una mesa en la que de forma ordenada esté todo el material necesario. Si es posible, situarla en un lugar que reciba luz natural, pero de forma indirecta. Si hay que utilizar luz artificial, debe ser cálida.
Una silla cómoda, que mantenga la espalda en posición recta.
Hay que evitar usar la cama o el sofá que invitan a posturas poco compatibles con el estudio.
Otros detalles a tener en cuenta son la temperatura y la ventilación.
El resto de los miembros de la familia tienen que contribuir a ese ambiente de biblioteca universitaria, procurando respetar el silencio necesario para la concentración.
Si el espacio funciona, sin duda, tendrá su reflejo en los resultados de fin de curso.