Espíritu previsor
El espíritu previsor y la organización hacen buena pareja.
Cuando estamos inmersos en un proceso organizativo contemplar los distintos escenarios que se pueden dar, a futuro, nos permitirá afinar más y, por tanto, que ese sistema que hemos creado esté más pulido y sea más duradero.
Aunque, sabemos que nada es perfecto, estaremos cerca.
Personalmente, me apoyo mucho en esa capacidad para que la solución a cualquier asunto no sea como se suele decir “pan para hoy y hambre para mañana”.
También, tengo que decir que el espíritu previsor no es infalible y confiados en él, a veces, podemos patinar.
Hoy, pensando en un futuro, muy, muy lejano, quiero plantear lo importante que es, por diferentes razones, hacer testamento y algo que es menos frecuente, pero no está demás, el testamento vital.
Con este último dejamos constancia de nuestros deseos en lo relativo a cuidados y tratamientos médicos, en el caso de que una enfermedad nos impida hacerlo y nuestra decisión sobre el destino de nuestro cuerpo o nuestros órganos en caso de fallecimiento.
En España, el testamento vital recibe un nombre diferente según la comunidad autónoma en la que residamos y tiene su propia normativa.
En cuanto al testamento en el que expresamos nuestra voluntad con respecto a nuestros bienes materiales, existen tres tipos.
El testamento abierto es el más habitual.
El notario redacta el contenido conforme a la voluntad del testador.
El testamento cerrado está escrito por el propio testador que entrega, en un sobre, al notario, sin que este pueda ver lo dispuesto en él.
En el caso de no querer acudir a la notaría, se puede hacer el testamento ológrafo, con estos requisitos: ser mayor de edad, estar escrito de puño y letra y firmado por el testador, indicando la fecha exacta en la que se otorga.
Durante varios años, en mi anterior etapa profesional, el siguiente despacho al mío era una notaría.
Había quien se confundía y se sentaba delante de mi mesa y me contaba sus dimes y diretes, sin dejarme intervenir para poder indicarle que se había equivocado y que donde le podían solucionar aquello era en la puerta de al lado.
Ramón, así se llamaba el notario, era muy querido entre sus clientes, ya que siempre se mostraba extrovertido y cercano, explicándoles el por qué y el cómo de cada uno de esos engorrosos trámites que solucionarían las necesidades o la voluntad de cada uno de ellos.
Recuerdo que a la entrada tenía colgado un cartel con una frase tranquilizadora, para aquellos que son reticentes a hacer testamento, negando que testar y morirse fuera todo uno.