Dejar ir
Al igual que las personas, de vez en cuando algunas y otras de tarde en tarde, acuden al médico para chequear su salud, nuestras casas, nuestros armarios también necesitan pasar, cada cierto tiempo, una revisión a fondo para evitar que enfermen o para poner remedio en caso de que lo estén.
El desorden y la acumulación son síntomas que nos indican que algo pasa y el grado en el que se presenten nos dará la clave para saber si el mal es grave o es algo más leve.
Fundamentalmente hay tres causas, la procrastinación, la compra compulsiva y el apego en exceso, que dan lugar a que nuestros espacios se colapsen y podamos calificarlos como espacios enfermos, siendo posible que se vean afectados por una sola de estas causas pero, también, cabe la posibilidad de que se den las tres a la vez.
La procrastinación es la culpable de que en los sitios más inusitados de una casa aparezcan todo tipo de objetos o enseres personales amontonados, a la espera de ser devueltos a lo que un día fue su sitio, pero una frase que se repite como un mantra, que dice algo así como “ahora no, luego” lo impide.
Las compras compulsivas, una forma de abarrotar los espacios, a la vez que se vacía el monedero, por una errónea creencia que identifica la abundancia material con la felicidad.
Por último, el apego desmedido que trae consigo, en muchos casos, importantes problemas de acumulación.
Pensar que deshacernos de un objeto que una persona querida nos regaló nos aleja de ella o atribuir a lo material la capacidad para crear una barrera protectora ante las adversidades de la vida suscita el miedo a tirar.
En general, el sentido de la propiedad lo tenemos muy arraigado y aún cuando no nos haga falta o esté deteriorado hay quién siempre encontrara una excusa para mantenerlo consigo.
Esa actitud no sólo compromete el espacio, también la mente.
Incapacita para hacer algo tan sencillo como tirar aquello que ha dejado de tener utilidad.
El simple hecho de pensarlo provoca un conflicto emocional al que no se le encuentra otra solución: guardarlo de por vida.
Es importante aprender a soltar.
Sé que no es fácil porque incluso a los que tenemos cierta facilidad para desprendernos de aquello que no consideramos útil, a veces, también nos asalta un “que pena” o un “por si acaso”.
Dejar ir es un ejercicio que no sólo contribuye a liberar el espacio, nos ayuda a algo, todavía más importante, ser más fuertes cuando la vida no nos da la oportunidad de elegir entre se queda o se va.