A propósito del teléfono
Desde que allá por el año 1876 Alexander Graham Bell patentara, por primera vez, el teléfono, hasta nuestros días, este aparato ha evolucionado mucho hasta convertirse en un elemento indispensable en nuestro día a día con capacidad no sólo para comunicar.
Para ser justos, hay que decir que el verdadero inventor del teléfono fue Antonio Meucci, que en el año 1854 construyó un aparato para poder hablar desde la planta baja de su casa, donde él tenía su oficina, con la segunda planta, donde estaba el dormitorio, en el que reposaba su esposa enferma. Por una cuestión económica no pudo tramitar la patente definitiva, sólo pudo hacerlo de manera provisional, circunstancia que fue aprovechada por el Sr. Bell, que sobornando a algunos empleados de la oficina de patentes se hizo con la patente definitiva.
En el año 2002 el Congreso de los Estados Unidos de América reconoció a Antonio Meucci como el verdadero inventor del teléfono.
Los avances tecnológicos en lo que se refiere a comunicaciones son, francamente, asombrosos.
Hace 50 años en muchos hogares, no en todos, había un robusto aparato de teléfono de mesa o de pared con un sistema de marcación por disco. Un modelo del que nos hemos olvidado hasta el punto que, actualmente, se lo ponen delante a niños o adolescentes y en la mayoría de los casos no tienen ni idea de cómo marcar un número.
Con el tiempo los diseños se modernizaron, podíamos tener en casa más de un aparato, un teléfono supletorio, lo cual nos permitía coger aquel que estuviera más cerca.
Más adelante aparecen los inalámbricos que nos daban la libertad total de movimiento por la casa mientras hablábamos.
Y, llegamos al teléfono móvil, que también ha tenido su evolución. Desde los primeros modelos pesados y con poca autonomía hasta las ligeras cajitas mágicas que, prácticamente, todos tenemos, capaces de ponernos en comunicación con el resto del mundo por voz o de manera audiovisual. Ésta última ha sido la tabla de salvación emocional para muchos durante el confinamiento. Su funcionalidad crece en distintas direcciones debido a la infinidad de aplicaciones de las que dispone.
Visto así, todo son ventajas. Pero ya sabemos que en esta vida nada es perfecto y algún o algunos inconvenientes le vamos a encontrar.
Si somos honestos tendremos que reconocer que el aparato en si no es el culpable. Los inconvenientes vienen del mal uso que hagamos de él.
Pasar muchas horas ante la pantalla del móvil produce daños en la visión. Reseca el ojo, la corta distancia y la luz emitida por el teléfono afectan a la retina, pudiendo provocar, a largo plazo, una degeneración macular.
Reduce la producción de melatonina, lo cual nos hace más propensos a pasar las noches en vela.
Un estudio realizado hace unos años en Reino Unido demostró que más del 50% de las personas que participaron sufrían nomofobia.
Presentaban niveles altos de ansiedad ante la posibilidad de no poder utilizar el móvil por pérdida, falta de batería o cobertura, etc.
En la calle observo que muchos niños, muy pequeños, que incluso todavía no hablan, juegan, en vez de con un sonajero, con el teléfono móvil de alguno de sus progenitores, requiriéndolo de forma autoritaria, en algunos casos.
En la conducción, sabemos que es causa de distracción, por tanto de accidente. Si nuestro vehículo no tiene un sistema que permita la comunicación sin manos, está prohibido su uso, pero hay quien no sólo habla sino que también va poniendo mensajes mientras conduce. Todo un despropósito.
Quisiera terminar con una llamada de atención sobre los horarios. Cuando llamamos o ponemos mensajes a personas, que no son de nuestro círculo más cercano, debemos respetar ciertas horas, principalmente las horas de la comida y las del sueño.
Hagamos un uso responsable del teléfono, de forma que esté a nuestro servicio, pero que no nos convierta en víctimas o esclavos de él.